domingo, 30 de junio de 2013

Algunos poemas de Lorca.





La luna vino a la fragua

La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
Mueve la luna sus brazos
Y enseña, lúbrica y pura,
Sus senos de duro estaño.
-Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
Harían con tu corazón
Collares y anillos blancos.
-Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
Te encontrarán sobre el yunque
Con los ojillos cerrados.

-Huye luna, luna, luna,
Que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame, no pises
Mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
Tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
Tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
Bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
Y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡Ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
Con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran
Dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.




La muchacha dorada

La muchacha dorada
Se bañaba en el agua
Y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
En sombra la asombraban,
Y el ruiseñor cantaba
Por la muchacha blanca.

Vino la noche clara,
Turbia de plata mala,
Con peladas montañas
Bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
Era blanca en el agua
Y el agua, llamara.

Vino el alba sin mancha,
Con mil caras de vacas,
Yerta y amortajada
Con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
Se bañaba entre llamas,
Y el ruiseñor lloraba
Con las alas quemadas.

La muchacha dorada
Era una blanca garra
Y el agua la doraba.


La noche no quiere venir

La noche no quiere venir
Para que tú no vengas
Ni yo pueda ir.

Pero yo iré,
Aunque un sol de alacranes me coma la sien.

Pero tú no vendrás
Con la lengua quemada por la lluvia de sal.

El día no quiere venir
Para que tú no vengas,
Ni yo pueda ir.
Pero yo iré
Entregando a los sapos mi mordido clavel.

Pero tú vendrás
Por las turbias cloacas de la oscuridad.

Ni la noche ni el día quieren venir
Para que por ti muera
Y tú mueras por mí.


La rosa no buscaba la aurora

La rosa
No buscaba la aurora:
Casi eterna en su ramo,
Buscaba otra cosa.

La rosa
No buscaba ni ciencia ni sombra:
Confín de carne y sueño,
Buscaba otra cosa.

La rosa
No buscaba la rosa.
Inmóvil por el cielo
Buscaba otra cosa.


Los caballos negros son

Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
Manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
De plomo las calaveras.
Con el alma de charol
Vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
Por donde animan ordenan
Silencios de goma oscura
Y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
Y ocultan en la cabeza
Una vaga astronomía
De pistolas inconcretas.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
La luna y la calabaza
Con las guindas en conserva.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
Ciudad de dolor y almizcle,
Con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche,
Noche que noche nochera,
Los gitanos en sus fraguas
Forjaban soles y flechas.
Un caballo mal herido
Llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrios cantaban
Por Jerez de la Frontera.
El viento vuelve desnudo
La esquina de la sorpresa,
En la noche platinoche,
Noche que noche nochera.

La Virgen y San José
Perdieron sus castañuelas,
Y buscan a los gitanos
Para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
Con un traje de alcaldesa,
De papel de chocolate
Con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
Bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
Con tres sultanes de Persia.
La media luna soñaba
Un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
Invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
Bailarinas sin caderas.
Agua sombra, sombra y agua
Por Jerez de la Frontera.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
Apaga tus verdes luces
Que viene la benemérita.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar,
Sin peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo
A la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
Invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo se les antoja
Una vitrina de espuelas.

La ciudad, libre de miedo,
Multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
Entraron a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
Y el coñac de las botellas
Se disfrazó de noviembre
Para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
Se levantó en las veletas.
Los sables cortaron las brisas
Que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
Huyen las gitanas viejas
Con caballos dormidos
Y las orzas de moneda.
Por las calles empinadas
Suben las capas siniestras,
Dejando detrás fugaces
Remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
Los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
Amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
Por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
Con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
Avanza sembrando hogueras,
Donde joven y desnuda
La imagen se quema.
Rosa la de los Camborios
Gime sentada en su puerta
Con sus dos pechos cortados
Puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
Perseguidas por sus trenzas,
En un aire donde estallan
Rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
Eran surcos en la tierra,
El alba meció sus hombros
En largo perfil de piedra.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
Por un túnel de silencio
Mientras las llamas te cercan.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.


Muerto se quedó en la calle

Muerto se quedó en la calle
Con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol,
Madre!
¡Cómo temblaba el farolito
De la calle!
Era madrugada. Nadie
Pudo asomarse a sus ojos
Abiertos al duro aire.
Qué muerto se quedó en la calle
Qué con un puñal en el pecho
Y que no lo conocía nadie.


Nadie comprendía el perfume

Nadie comprendía el perfume
De la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
Un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
En la plaza con luna de tu frente,
Mientras que yo enlazaba cuatro noches
Tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmínes, tu mirada
Era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
Las letras de marfil que dicen siempre,

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
Tu cuerpo fugitivo para siempre,
La sangre de tus venas en mi boca,
Tu boca ya sin luz para mi muerte.
Arriba

Ni tú ni yo estamos en disposición

Ni tú ni yo estamos
En disposición
De encontrarnos.
Tú por lo que ya sabes.
¡Yo la he querido tanto!
Sigue esa veredita.
En las manos
Tengo los agujeros
De los clavos.
¿No ves cómo me estoy
Desangrando?
No mires nunca atrás,
Vete despacio
Y reza como yo
A San Cayetano,
Que ni tú ni yo estamos
En disposición
De encontrarnos.


No te lleves tu recuerdo

No te lleves tu recuerdo.
Déjalo solo en mi pecho.

Temblor de blanco cerezo
En el martirio de enero.

Me separa de los muertos
Un muro de malos sueños.

Doy pena de lirio fresco
Para un corazón de yeso.

Toda la noche en el huerto
Mis ojos, como dos perros.

Toda la noche, corriendo
Los membrillos de veneno.

Algunas veces el viento
Es un tulipán de miedo.

Es un tulipán enfermo,
La madrugada de invierno.

Un muro de malos sueños
Me separa de los muertos.

La niebla cubre en silencio
El valle gris de tu cuerpo.

Por el arco del encuentro
La cicuta está creciendo.

Pero deja tu recuerdo
Déjalo solo en mi pecho.
Arriba

Noche arriba los dos con luna llena

Noche arriba los dos con luna llena,
Yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
Momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
Llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
Sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
Las bocas puestas sobre el chorro helado
De una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
Y el coral de la vida abrió su rama
Sobre mi corazón amortajado.
Arriba

Pero que todos sepan que no he muerto

Pero que todos sepan que no he muerto;
Que hay un establo de oro en mis labios;
Que soy el pequeño amigo del viento oeste;
Que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.


Por las arboledas del Tamarit

Por las arboledas del Tamarit
Han venido los perros de plomo
A esperar que se caigan los ramos,
A esperar que se quiebren ellos solos.

El Tamarit tiene un manzano
Con una manzana de sollozos.
Un ruiseñor apaga los suspiros
Y un faisán los ahuyenta por el polvo.

Pero los ramos son alegres,
Los ramos son como nosotros.
No piensan en la lluvia y se han dormido,
Como si fueran árboles, de pronto.

Sentados con el agua en las rodillas
Dos valles esperaban al otoño.
La penumbra con paso de elefante
Empujaba las ramas y los troncos.

Por las arboledas de Tamarit
Hay muchos niños de velado rostro
A esperar que se caigan mis ramos,
A esperar que se quiebren ellos solos.
Arriba

¿Qué es aquello que reluce?

-¿Qué es aquello que reluce
Por los altos corredores?
-Cierra la puerta, hijo mío;
Acaban de dar las once.

-En mis ojos, sin querer,
Relumbran cuatro faroles.
-Será que la gente aquella
Estará fregando el cobre.

Ajo de agónica plata
La luna menguante pone
Cabelleras amarillas
A las amarillas torres.

La noche llama temblando
Al cristal de los balcones,
Perseguida por los mil
Perros que no la conocen,
Y un olor de vino y ámbar
Viene de los corredores.

Brisas de caña mojada
Y rumor de viejas voces
Resonaban por el arco
Roto de la medianoche
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
Las cuatro luces clamaban
Con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
Bajaban su sangre de hombre,
Tranquila de flor cortada
Y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
Lloraban al pie del monte
Un minuto intransitable
De cabelleras y nombres.
Fachadas de cal ponían
Cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
Tocaban acordeones.

-Madre, cuando yo me muera,
Que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
Que vayan del sur al norte.
Siete gritos, siete sangres,
Siete adormideras dobles
Quedaron opacas lunas
En los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
Y coronitas de flores,
El mar de los juramentos
Resonaba no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
Al brusco rumor del bosque,
Mientras clamaban las luces
En los altos corredores.


Quiero bajar al pozo

Quiero bajar al pozo,
Quiero subir los muros de Granada,
Para mirar el corazón pasado
Por el punzón oscuro de las aguas.

El niño herido gemía
Con una corona de escarcha.

Estanques, aljibes y fuentes
Levantaban al aire sus espadas.

¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
Qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
Los arenales de la madrugada!

El niño estaba solo
Con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
Lo defiende del hambre de las algas.

El niño y su agonía, frente a frente,
Eran dos verdes lluvias enlazadas.

El niño se tendía por la tierra
Y su agonía se curvaba.

Quiero bajar al pozo,
Quiero morir mi muerte a bocanadas,
Quiero llenar mi corazón de musgo,
Para ver al herido por el agua.


Quiero dormir el sueño de las manzanas

Quiero dormir el sueño de las manzanas
Alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
Que quería cortarse el corazón en alta mar.

No quiero que me repitan que los muertos no pierden la sangre;
Que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme de los martirios que da la hierba,
Ni de la luna con boca de serpiente
Que trabaja antes del amanecer.
Quiero dormir un rato,
Un rato, un minuto, un siglo;
Pero que todos sepan que no he muerto;
Que haya un establo de oro en mis labios;
Que soy un pequeño amigo del viento oeste;
Que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.

Cúbreme por la aurora con un velo,
Porque me arrojará puñados de hormigas,
Y moja con agua dura mis zapatos
Para que resbale la pinza de su alacrán.

Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
Para aprender un llanto que me limpie de tierra;
Porque quiero vivir con aquel niño oscuro
Que quería cortarse el corazón en alta mar.
Arriba

Sobre el monte pelado

Sobre el monte pelado,
Un calvario.
Agua clara
Y olivos centenarios.
Por las callejas
Hombres embozados,
Y en las torres
Veletas girando.
Eternamente
Girando.
¡Oh, pueblo perdido,
En la Andalucía del llanto!
Arriba

Tierra seca, tierra quieta

Tierra seca,
Tierra quieta
De noches
Inmensas.

(Viento en el olivar,
Viento en la sierra.)

Tierra
Vieja
Del candil
Y la pena.
Tierra
De las hondas cisternas.
Tierra
De la muerte sin ojos
Y las flechas.
Arriba

Tú nunca entenderás lo que te quiero

Tú nunca entenderás lo que te quiero
Porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando perseguido
Por una voz de penetrante acero.
Norma que agita igual carne y lucero
Traspasa ya mi pecho dolorido
Y las turbias palabras han mordido
Las alas de tu espíritu severo.
Grupo de gente salta en los jardines
Esperando tu cuerpo y mi agonía
En caballos de luz y verdes crines.
Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye, mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!


Unas palabras

Ofrezco en este libro, todo ardor juvenil y tortura,
Y ambición sin medida, la imagen exacta de mis días
De adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante
De hoy con mi misma infancia reciente.
En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de
Mi corazón y de mi espíritu, teñido del matiz que les prestara,
Al poseerlo, la vida palpitante en torno recién nacida para mi mirada.
Sé hermana el nacimiento de cada una de estas poesías que tienes
En tus manos, lector, al propio nacer de un brote nuevo del
Árbol músico de mi vida en flor. Ruindad fuera el menospreciar
De esta obra que tan enlazada está a mi propia vida.

Sobre su incorrección, sobre su limitación segura, tendrá este libro la
Virtud, entre otras muchas que yo advertido, de recordarme en todo
Instante mi infancia apasionada correteando desnuda por las
Praderas de una vega sobre un fondo de serranías.


Verde, que te quiero verde

Verde, que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
Y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
Ella sueña en su baranda,
Verde carne, pelo verde,
Con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,
Las cosas la están mirando
Y ella no puede mirarlas.

Verde, que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
Vienen con el pez de sombra
Que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
Con la lija de sus ramas,
Y el monte, gato garduño,
Eriza sus pitas agrias.
Pero, ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
Verde carne, pelo verde,
Sonando en la mar amarga.

-Compadre, quiero cambiar
Mi caballo por su casa,
Mi montaña por su espejo,
Mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
Desde los puertos de Cabra.
-Si yo pudiera, mocito,
Este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo
Ni mi casa es ya mi casa.
-Compadre, quiero morir
Decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
Con las sábanas de Holanda.
¿No ves la herida que tengo
Desde el pecho a la garganta?
-Trescientas rosas morenas
Lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
Alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
Ni mi casa es ya mi casa.
-Dejadme subir al menos
Hasta las altas barandas,
¡Dejadme subir!, dejadme,
Hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
Por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
Hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
Farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
Herían la madrugada.

Verde, que te quiero verde,
Verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
En la boca un raro gusto
De hiel, de menta y de albahaca.
-¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
Cara fresca, negro pelo,
En esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
Se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,
Con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
La sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
Como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
En la puerta golpeaban.
Verde, que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.


Verte desnuda es recordar la tierra

Verte desnuda es recordar la tierra.
La tierra lisa, limpia de caballos.
La tierra sin un junco, forma pura
Cerrada al porvenir: confín de plata.

Verte desnuda es comprender el ansia
De la lluvia que busca el débil talle,
O la fiebre del mar de inmenso rostro
Sin encontrar la luz de su mejilla.

La sangre sonará por las alcobas
Y vendrá con espadas fulgurantes,
Pero tú no sabrás dónde se ocultan
El corazón de sapo o la violeta.

Tu vientre es una lucha de raíces,
Tus labios son un alba sin contorno.
Bajo las rosas tibias de la cama
Los muertos gimen esperando turno.




Y que yo me la llevé al río

Y que yo me la llevé al río
Creyendo que era mozuela,
Pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
Y casi por compromiso.

Fue la noche de Santiago
Y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
Y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
Toqué sus pechos dormidos,
Y se me abrieron de pronto
Como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
Me sonaba en el oído
Como una pieza de seda
Rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
Los árboles han crecido,
Y un horizonte de perros
Ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
Los juncos y los espinos,
Bajo su mata de pelo
Hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
Tienen el cutis tan fino,
Ni los cristales con luna
Relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
Como peces sorprendidos,
La mitad llenos de lumbre,
La mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
El mejor de los caminos,
Montado en potra de nácar
Sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
Las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
Me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
Yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
Las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
Grande, de raso pajizo,
Y no quise enamorarme
Porque teniendo marido
Me dijo que era mozuela
Cuando la llevaba al río.


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